LA PRINCESA DESOBEDIENTE
Autora: María Abreu
En lo lejano de un gran bosque, había un hermoso castillo, donde vivía la princesa Isabela. Ella era bella, amable y sonriente, pero tenía un problema: era muy desobediente.
Sus padres, el rey y la reina, la querían mucho y siempre le aconsejaban que no saliera sola del castillo. Sin embargo, la princesa Daniela no les hacía caso, ya que era muy curiosa y le gustaba explorar el entorno.
Por eso, un día, salió del castillo a escondidas para dar un paseo por el bosque; quería ver las coloridas mariposas que aparecían al comienzo de la primavera.
Mientras caminaba, se deleitaba mirando la belleza de las flores, las mariposas revoloteando sobre ellas y las abejas recogiendo néctar. También escuchaba el canto de los pájaros; todo era tan hermoso que, al mirar a su alrededor para buscar el camino de regreso a casa, se dio cuenta de que se había perdido.
Con la mano en el pecho por el susto, la princesa miraba perdida a su alrededor. Caminaba asustada, pero no encontraba el camino y sólo recordaba el consejo de sus padres:
—Princesa Daniela, no salgas sola al bosque.
Desesperada y sin saber qué hacer, empezó a gritar pidiendo ayuda.
Justo en ese momento, un campesino que solía salir al bosque a recoger leña la escuchó y fue en su auxilio.
La princesa quedó impactada por la belleza del joven campesino: alto, fuerte, con ojos azules, mirada penetrante y un flequillo que reposaba sobre su frente. Él se acercó y ella le contó que estaba perdida.
El campesino, muy amable, le explicó que conocía bien el bosque y que la ayudaría a regresar a casa.
Haciendo espacio entre los matorrales, el campesino encontró el camino y le indicó cómo regresar al castillo.
La princesa, muy agradecida, le pidió que por favor fuera a cenar al castillo esa misma noche, en señal de gratitud por haberla ayudado.
Luego, la princesa Daniela regresó a casa y contó lo sucedido a sus padres, quienes le recordaron la importancia de la obediencia, pues si no hubiera sido por aquel campesino, no se sabría qué le habría pasado.
Finalmente, esa misma noche, el campesino fue a cenar con los reyes y la princesa. Después de la cena, esta le pidió que subieran al balcón para ver la luna; sin embargo, una vez allí, el campesino Joel le mostró la belleza de la luz de las luciérnagas.
Pasados algunos años, la princesa Daniela y el campesino Joel se enamoraron, se casaron y fueron muy felices.
"Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo." Efesios 6:1
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