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jueves, 28 de julio de 2016

EL ÁRBOL DE LA VIDA


Sobre la tierra de un colorido jardín, lloraba un diminuto grano. Allí se lamentaba con gran tristeza porque se comparaba con la belleza de las flores que vivían en el lugar.

Las flores eran la atracción del jardín, mientras que al diminuto grano nadie lo tomaba en cuenta. Y para su pesar, sentía que se estaba arrugando y que poco a poco se le iba quitando la piel. Estaba muriendo lentamente…

Dolorido sobre la tierra, se movía, lloraba y pedía auxilio:

_ ¡Me estoy muriendo!

Algunas flores miraban hacia abajo con indiferencia y otras lo ignoraban dándole la espalda.
Finalmente el diminuto grano murió y nadie le echó de menos. Parecía que todo había acabado…

Pero en un momento en el que las flores del jardín estaban charlando sobre de qué color se vestirían ese día, vieron que algo empezaba a moverse en la tierra. Primero la raíz, luego el tallo, después las hojas.


El diminuto grano muerto había brotado y comenzaba a crecer de tal manera que sus ramas conectaban con el cielo, sin que las flores del jardín entendieran qué estaba pasando.

Increíblemente el diminuto grano había renacido convirtiéndose en el árbol de la vida produciendo frutas que servían para la sanidad de los habitantes del lugar.

Sus frutas eran tan ricas en vitaminas que todos los días venían hacia él habitantes de diferentes lugares para recibir sanidad y regocijarse.

Desde ese momento el árbol de la vida fue más admirado y valorado incluso por las flores del jardín que antes lo habían ignorado.

Con este proceso el diminuto grano comprendió que para alcanzar las alturas y llevar frutos a veces hay que pasar por momentos dolorosos.

Autora: María Abreu


En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto. (Juan 12: 24)




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