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miércoles, 23 de julio de 2014

LA TORMENTA EN EL MAR




Un pescador de profesión llamado Rodolfo pescaba en el mar y emocionado por la gran cantidad de peces que estaba pescando cantaba:

_ ¡Soy un leviatán! ¡Soy un tiburón! ¡Soy una ballena! Con estos peces mis hijos tendrán la barriguita llena.

Sin embargo pasadas unas horas el cielo empezó a nublarse y grandes gotas de agua comenzaron a caer precipitadamente sobre el mar acompañadas de grandes truenos y relámpagos.

El viento soplaba una y otra vez y las olas subían, bajaban, avanzaban y retrocedían varias veces golpeando y empujando la pequeña embarcación.

Rodolfo mirando el mal tiempo comprendió que estaba en medio de una gran tormenta y asustado gritó:

_ ¡Señor, mi Dios, ayúdame por favor!

Pero el rugido del mar, las intensas lluvias, las altas mareas y la intensidad de los vientos amenazaban con hundir la pequeña embarcación que no paraba de balancearse.

_ ¡Señor ayúdame por favor!_ volvió a  implorar muy angustiado.

No obstante, la barca seguía siendo azotada por las olas y Rodolfo al límite de su angustia vociferó:

_ ¡Eres un Dios despiadado! ¡No me escuchas! ¿Dónde estás cuando más te necesito?

Mas la tormenta continuó golpeando la barca toda la noche y el miedo, la angustia y los pensamientos de que quizás no volvería a ver a su familia se apoderaron de él.

Pero al día siguiente se despejó la niebla y la oscuridad, ya había pasado la tormenta. La barca medio rota había quedado a la deriva cerca de una pequeña isla.

Rodolfo aprovechó y agarró algunas pertenencias y nadó hacia ella. Allí, logró encender una fogata. Sin embargo, cuando intentó asar un pez, empezó a caer una ligera llovizna y comenzó a salir humo de la fogata hasta que se apagó completamente.

_ ¿Dios, qué es lo que quieres? ¿Qué quieres? ¿Matarme de hambre aislado del mundo?

Dicho esto, cayó al suelo, con hambre, deshidratado y sin fuerzas. Ahí permaneció hasta que inesperadamente llegó un barco y lo rescató.

Cuando Rodolfo abrió los ojos vio que quien le tenía en sus brazos dándole agua era José, un antiguo amigo con quien se había enemistado por cosas de la vida.

José al ver que Rodolfo se había despertado le dio un pedazo de pan y muy contento le susurró:

_ ¡Hola Rodolfo!  ¡Gracias a la señal de humo que enviaste pudimos rescatarte!

Rodolfo le miró en silencio y  comprendió el por qué había pasado esa gran tormenta. Desde ese momento ambos pescadores rescataron su antigua y linda amistad.

 Autora: María Abreu

En todo tiempo ama al amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia. (Proverbios 17:17)



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