En un pequeño pueblo, lleno de árboles verdes y en lo alto de una colina, vivía Lucas. Su casita de madera estaba pintada de color azul.
Lucas era un niño alegre y juguetón, pero tenía un gran defecto: le encantaba decir mentiras.
Cuando su madre le preguntaba:
—Lucas, ¿ya hiciste la tarea
del colegio?
Él respondía que sí, pero cuando su madre revisaba
el cuaderno, se daba cuenta de que era mentira.
También, cuando ella le preguntaba:
—Lucas, ¿ya te
duchaste?
Él respondía que sí, mintiendo otra vez.
—Lucas, ¿ya te comiste toda la comida?
—Sí —decía él,
aunque no era cierto.
Así pasaban los días: Lucas mintiendo a cada momento.
Una tarde, en el pequeño pueblo comenzó a caer una suave
llovizna. La madre le dijo que fuera al baño a ducharse, pero Lucas
le contestó:
—Mamá, el día está un poco húmedo y tú una
vez me dijiste que, cuando llueve, a veces unas ranas se posan en la
pared del baño. Y yo les tengo miedo.
Ante esta excusa, la madre le respondió con firmeza:
—Lucas,
ya llevas tres días sin ducharte. Métete a la ducha, no hay ranas.
Confiando en las palabras de su madre, Lucas entró al baño. Se quitó la ropa y comenzó a enjabonarse con el estropajo, cuando de pronto sintió que algo saltaba sobre su espalda. ¡Era una pequeña rana verde!
Lucas empezó a gritar, dar saltos y patalear del susto. Muy
asustado, salió corriendo del baño y le dijo a su madre:
—¡Mamá,
me mentiste! Me dijiste que no había ranas en el baño.
La madre, al ver la carita ruborizada y temblorosa de su hijo, se
acercó con ternura y le explicó:
—Lucas, lo que quiero que
entiendas es que decir mentiras no es bueno. La mentira hace daño
porque es cruel.
En ese momento, Lucas bajó la cabeza y comprendió lo terrible que es mentir.
✍️ Autora: María Abreu
? “Y todo aquel que hace y ama la mentira no entrará en el
reino de los cielos.”
Apocalipsis 22:15
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