En lo profundo de un bosque vivía un pequeño ratón alegre y juguetón.
Su frase favorita era: “¡Tengo una idea!”
Muchas veces, con sus ocurrencias, se acercaba a los demás animalitos del bosque diciendo:
—¿Podemos jugar a hacer un experimento con estas botellas de plástico?
—No, Lucas, no queremos —respondían.
El ratoncito Lucas, una vez más, se acercaba al grupo y decía:
—¡Tengo otra idea! ¿Podemos echar una carrera?
—No, Lucas, no nos apetece.
Y así estaban los animalitos del bosque, rechazando los juegos, las ideas y el deseo de compartir un rato con él.
Por ello, Lucas se sintió muy triste. Pero mientras se marchaba recordó lo que le había enseñado su abuelita:
—Tu felicidad no depende de los demás. Puedes disfrutar por ti mismo de lo que te gusta.
Lucas respiró hondo, se sacudió las patitas y sonrió.
—Está bien, jugaré yo solo y disfrutaré del momento. ¡Y tengo una idea! Haré un castillo.
Se puso a juntar ramas y hojas, y construyó un hermoso castillo. Mientras trabajaba, cantaba una canción inventada por él mismo. Poco a poco, su alegría y creatividad atrajeron la atención de los animalitos del bosque.
—¡Qué castillo tan bonito has creado, Lucas! —dijo la ranita.
—¿Podemos jugar contigo? —preguntaron las liebres y las mariposas.
Lucas, muy sonriente, respondió:
—¡Claro que sí!
Desde ese día, Lucas comprendió que su felicidad y bienestar personal no deben depender de los demás, sino de su propio interior.
✍️ Autora: María Abreu
"Y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en entendimiento, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños."
Éxodo 35:31-32







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