Había una vez una tierna ovejita llamada María, que vivía feliz en un campo verde, bajo el cuidado amoroso del Buen Pastor.
Cada mañana, María brincaba entre los pastos, corría con sus amigas, y le encantaba escuchaba al Pastor cantar salmos al sol. Pero un día, mientras exploraba más allá de la colina, María vio un saltamontes de colores que la hizo alejarse sin darse cuenta del redil del pastor.
— Corriendo detrás del saltamontes María no notaba que las montañas se volvían grises y el viento mucho más frío.
De pronto, el saltamontes se escondió y desapareció, y María se encontró sola. No veía a sus amigas, ni al tierno Pastor, ni el camino de regreso al redil.
—“¿No sé dónde estoy? ¿Qué haré ahora?” — baló con mucho miedo sintiéndose perdida.
En medio del triste silencio, escuchó un suave silbido.
¡Era el Buen Pastor! Venía bajando por la montaña, con su bastón, buscando a María.
—“¡Te encontré, mi ovejita!” —dijo con una sonrisa y lágrimas en los ojos.
El buen Pastor la abrazó, la cargó en sus brazos, y cantó mientras regresaban al redil. La ovejita María aprendió algo muy importante ese día:
Aunque te alejes del redil, Jesús siempre te busca con amor y te guarda de todo peligro.
Desde ese día, la ovejita María comprendió que el lugar más seguro es al lado del Pastor.
Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Juan 10: 11
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