La madre estaba
caminando por el parque sumamente preocupada porque hacía unos minutos había perdido
de vista a su niña.
Con infinita
desesperación se acercaba a todas las personas que había a su alcance y,
dándoles la descripción específica de la niña, les preguntaba si la habían
visto.
Al parecer todo
esfuerzo era inútil, nadie sabía nada sobre ninguna pequeña o gente parecida.
Tal vez porque se lo
dictaba su instinto materno o quizás simplemente porque la empujaba la agonía y
la impotencia, la madre, toda hecha un montón de lágrimas, subió a la glorieta y empezó a dar vueltas entre
los hierros como un molino antiguo.
La multitud de repente
se detenía y la contemplaba de la misma manera que se contempla a una bestia
enjaulada en un zoológico. A decir verdad, alguno intentó ayudarla pero vanamente.
Aquella señora parecía
no oír ni entender nada, sólo se quedaba allí dando vueltas y suplicando al cielo
por su hija. De repente, entre los vozarrones y los murmullos de la muchedumbre
se coló una
voz débil y tierna, una voz como salida de otro hemisferio, un hemisferio
inocente e infantil, una voz que también parecía suplicar y llorar;
esa voz se dirigió a la mujer diciendo:
_ ¡Mami, mi mami! ¡Aquí
estoy!
Con pasos de felicidad
la niña se acercó hasta el centro de la glorieta y abrazó a su madre con la efusión
de que hace años que no la ve y la extraña. La madre a su vez parecía querer
meter su alma en la suya y se aferraba a su hija con la misma pasión que un
náufrago se aferra a su tabla de salvación.
_ ¿Mi hija, por qué me
has hecho esto? ¿Dónde estabas, estás bien?
Era lo que le
preguntaba entre lágrimas y pelo suelto. La niña parecía no entender, o quizás
sólo era que no deseaba contestar. Lo cierto era que estaba absolutamente muda,
pero había felicidad en sus ojos.
Ya de camino, tomada de
la mano por su madre, la pequeña rompió el silencio y dijo:
_ Sólo fui a la piscina
a ver el reflejo del sol. Lo siento mamá, pero no tenías que preocuparte. Tú
siempre me has dicho que yo estoy en tu corazón. ¡Jamás me perderás!
Autor: Pablo
Reyes
Corrige a tu hijo,
porque hay esperanza; no pongáis el corazón en darle muerte. (Proverbios 19:18)
En una gran ciudad
vivía una familia la cual estaba triste porque su hijo Fernando no les
obedecía. Este adolescente nunca cooperaba en la casa y siempre gritaba a sus
padres.
Sus amigos le tenían
mucho miedo porque Fernando mostraba una actitud muy violenta tanto verbal como
física, pero esto a él no le importaba, al contrario, le gustaba esta situación
porque sentía que tenía todo bajo control.
Sus padres estaban
muy preocupados y lloraban mucho porque no encontraban la manera de inculcarle
la educación y los valores necesarios para que su hijo llegara a ser un hombre
de bien en la sociedad.
Así que una mañana planearon
una salida a las montañas y se lo comunicaron a Fernando el cual les dijo que
si le preparaban la mochila con todo lo necesario iría con ellos. Y así lo
hicieron sus padres.
Sin embargo, cuando
iban de camino Fernando muy enojado daba patadas y puñetazos a los asientos
delanteros del coche porque el viaje le estaba pareciendo muy largo y le
gritaba al padre para que condujera más rápido.
......
......
La madre muy nerviosa
le propuso que cuando llegaran a la montaña jugarían al escondite con la
condición de que allí no se podía gritar. A Fernando le pareció algo absurdo e
infantil, pero al final aceptó.
Pasaron las horas y
cuando llegaron a las montañas Fernando comenzó a contar hasta diez y sus
padres se escondieron rápidamente. Luego Fernando comenzó a buscarlos pero al
ver que pasaban los minutos e incluso las horas y no podía encontrarlos se
desesperó y comenzó a gritar todas las palabras mal sonantes que estaba
acostumbrado a decir a sus padres, a los amigos, a los profesores y a todo el mundo. Pero para su
sorpresa, comenzó a notar que sus feas palabras rebotaban y llegaban a sus
oídos repetidas veces.
_ ¡Qué horror!_ vociferó
asustado al notar que sus palabras chocaban con las paredes de la montaña y
regresaban a sus oídos con diferente intensidad.
_ ¡Aquí hay un eco!_
indicó, mientras que el eco nuevamente le devolvió en duplicado el sonido de su
voz.
.......
......
Seguían pasando las
horas y Fernando continuaba solo sin encontrar a sus padres y, en su caminar un
mosquito le picó en una pierna y otra vez comenzó a decir palabras mal sonantes
dando patadas y puñetazos al aire. Pero al escuchar que el eco con una gran violencia
le devolvía el sonido de aquellas grotescas palabras se puso muy nervioso y se
asustó mucho. Entonces en silencio comenzó a pensar que era la hora de intentar
cambiar su manera de hablar y actuar porque hasta a él le estaba dando miedo su
mala conducta.
Y como ya había llegado
la noche regresó al lugar donde había dejado tirada su mochila para ver si
encontraba algunas mantas para echarse a dormir. Cuando abrió su mochila se
sorprendió al ver que sus padres no sólo le habían dejado mantas, sino también
un bocadillo para que cenara.
Con el pan en sus manos
comenzó a llorar desconsoladamente y, ahí estaba el eco haciéndole escuchar el
dolor de su sufrimiento. Al día siguiente cuando se despertó la primera palabra que dijo con mucha tristeza fue:
_ ¡Mamá te quiero!
¡Papá te quiero! ¡Los echo mucho de
menos!
El eco le devolvió las
últimas sílabas con un sonido suave y agradable al oído.
La madre, que estaba
escondida observándolo desde muy lejos con unos prismáticos detrás de una gran
roca, al escuchar esas palabras se estremeció su corazón de tal manera que quiso
salir corriendo con los brazos abiertos en busca de su hijo. Pero el padre que
estaba a su lado le escribió en un papel:
_ ¡Espera, aún no es el
tiempo!
Entonces Fernando por
primera vez recogió su manta, la dobló muy bien y la guardó en su mochila. Y
como no tenía a nadie con quien hablar le dio los buenos días al eco y sonrió al
escuchar el sonido duplicado ya que nunca le había dado los buenos días a
nadie. Luego comenzó a recoger frutas y desconsolado decía:
_ ¡Cuánto me gustaría compartir estas frutas
con mis padres! ¡Los quiero, perdónenme!
Una vez más el eco
duplicó estas palabras con sus más bellos sonidos.
Los padres al escuchar
tan lindas palabras de arrepentimiento bajaron corriendo de las montañas con
los brazos abiertos llamándole y éste al verlos corrió a su encuentro y
los abrazó pidiéndoles perdón.
Los padres muy felices
jugaron conlos sonidos del eco enseñando a Fernando a nombrar las más bellas palabras…
Autora: María
Abreu
No os engañéis; Dios no
puede ser burlado: pues todo
lo que el hombre sembrare, eso también segará (Gálatas 6:7)
El niño Manuel, respondía a todas las preguntas que hacían los profesores en las diferentes materias y se alababa a sí mismo de ser el más inteligentede la clase.
Nunca perdía una discusión, el perdón lo veía como una debilidad y los conflictos debían solucionarse de la manera que él esperaba.
No soportaba pasar desapercibido. Sus compañeros lo definían con ésta palabra: orgulloso. Por eso decidieron ignorarlo totalmente. Una tarde, todos disfrutaban jugando en el recreo mientras que Manuel se quedaba solo sentado en un rincón del patio del colegio. Un día se levantó e intentó convencer a un compañero para que fuera su amigo:
_ ¡Hola Juan! ¿Puedes venir a jugar conmigo? Mira, yo soy el más inteligente de la clase. Puedo enseñarte otros juegos más divertidos que los que estás acostumbrado a jugar.
Pero Juan le ignoró de tal manera que ni siquiera le miró y se fue a jugar con los demás.
Más tarde cuando Manuel llegó a casa, su madre lo vio llorando solo en su habitación y se le acercó preguntándole:
_ ¿Qué te pasa hijo? ¿Por qué lloras?
Entre lágrimas Manuel comenzó a contarle todo lo que le estaba sucedido, su madre guardó silencio por unos segundos hasta que le dijo:
_ Pero no llores por eso. Ya verás como todos querrán ser tus amiguitos. Ahora mismo nos vamos de tiendas y te compraré ropa de marca y a la moda para que estés en la onda y ya verás cómo se acercarán todos admirándote.
Manuel al escuchar la solución de su madre lloró aún más.
Su padre, quien con mucho esfuerzo logró ser un alto y respetado ejecutivo, se acercó y le dijo:
_ Hijo, eso te pasa porque eres un niño muy orgulloso y hay que empezar a aprender a ser humilde. Estoy seguro que es por eso que tus compañeros no quieren ser tus amigos.
Entonces Manuel entre lágrimas levantó la cabeza y le preguntó:
_ ¿Y cómo lo hago?
_ Ser humilde a veces no es fácil; pero como sé que eres un niño listo, me gustaría que comenzaras ayudando a un compañero a entender los temas, prestar útiles al que no tiene, dejarle las tareas de clases al que haya faltado…_ respondió el padre.
_ Pero yo nunca he hecho eso. Al contrario, siempre se lo he negado_ explicó Manuel.
_ Pues mañana será un buen día para que comiences a hacerlo_ susurró el padre mientras le daba un fuerte abrazo.
Al día siguiente Manuel intentó hacer todo lo que le había dicho su padre. Pero sólo Juan aceptó su ayuda. Los demás niños no creían en su cambio de actitud porque fueron muchas las veces que se sintieron humillados y menospreciados por él. Así queManuel seguía sólo y triste en el recreo hasta que Juan muy apenado se le acercó y le aconsejó:
_ Manuel si realmente quieres aprender a ser un niño humilde y dejar el orgullo a un lado, creo que deberías pedir perdón al grupo.
Manuel se lo pensó dos veces porque nunca había pedido perdón a nadie, era muy difícil para él. Pero minutos después se acercó al grupo y les pidió perdón a todos. Entonces sus compañeros lo abrazaron, lo perdonaron y jugaron felices en el recreo.
Minutos después cuando entraron al aula todos sus compañeros le hicieron un gran dibujo con muchos corazoncitos y un mensaje que decía: La humildad es el primer paso para alcanzar la grandeza.
A partir de entonces, Manuel escuchaba y valoraba las ideas de sus compañeros ganándose la amistad y el cariño de todos. Y aprendió a trabajar en grupo.
Autora: María Abreu
Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y alcanzarás el favor del señor. (Eclesiastés 3: 18)
El día pintaba un paisaje maravilloso donde se podían
observar pequeñas montañas verdes con diferentes
árboles y plantas. Más abajo se veía un caballo marrón tumbado en la hierba cerca de
una pequeña casa de madera. Ahí vivía el niño Miguelito con su padre, el cual se ganaba la vida trabajando la tierra. Una tarde llegó cansado, y entrando en la casa llamó a su hijo preguntándole:
_ Hijo mío, la vida es
muy dura, por eso me gustaría saber qué quieres ser de mayor.
_ Dame unos minutos_
respondió Miguelito.
Se marchó a su
habitación, sacó lápices de su humilde estuche y en una hoja de cuaderno hizo un dibujo, luego volvió al
salón y se lo entregó al padre.
_ ¡Muy bonito! ¡Sólo
espero que sea un simple dibujo!
_ ¿Por qué dices eso
padre? ¡Es lo que sueño ser cuando sea mayor!
_ Pero hijo, siempre
hay que soñar con cosas que se puedan alcanzar. Vuelve a tu habitación y dibuja
algo que esté dentro de nuestras posibilidades.
Miguelito tristemente volvió
a su habitación e intentó hacer otros dibujos. Pero como tenía muy claro cuál
era su sueño, agarró nuevamente su primer dibujo lo coloreó y le puso nombre:
dentista.
Minutos después regresó al salón y se la entregó al padre. Éste muy molesto le
dijo:
_Le has puesto un
nombre y lo has coloreado, pero es el mismo dibujo. Sabes muy bien que vivimos
de la agricultura y con el dinerito que
ganamos no nos alcanza para pagarte esa carrera.
Miguelito le miró
tristemente y le respondió:
_ Todo lo que observas a tu alrededor es el fruto
del sueño de alguien! No robes
mi sueño por miedo a no poder ayudarme.
Entonces el padre se
levantó del asiento, tiró el dibujo al suelo y se marchó. Pero Miguelito nunca renunció a su sueño, ni se olvidó del ratoncito Pérez ya que le premiaba si se le caía un diente.
Pasaron los años y
Miguelito por su esfuerzo obtuvo muy buenas notas y consiguió una beca para
estudiar en la universidad. Por tal motivo se trasladó del pueblo a la ciudad. Después
de un tiempoal terminar la carrera
universitaria construyó su
anhelada clínica dental logrando ser un reconocido y respetado dentista.
Se sentía un hombre feliz por haber alcanzado su sueño. Además disfrutaba cuando recibía la visita del ratoncito Pérez que traía pequeños cofres de colores para guardar en ellos los dientes de leche de los niños que
iban a la clínica.
Pero como siempre,
echaba de menos a su padre y una tarde le llamó para que fuera a la ciudad a visitarle,
éste felizmente llegó, le abrazó y le dijo:
_ ¡Hijo, perdóname!Me has demostrado que con valor y
esfuerzo se puede lograr cualquier sueño.
Autora: María
Abreu
Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Santiago
2:17)
Había una vez un padre
de familia que era muy gruñón. Cuando ponía cara de enojado era como si fuera
la señal de un relámpago que luego traería el sonido de los truenos.
Sí, el sonido de los
truenos, porque usaba un tono de voz muy alto para corregir a sus hijos. Y muchas veces caía la tormenta… los ponía de
castigo.
Una tarde, cuando llegó
el verano, la madre planeó unas vacaciones para ir a las montañas con toda la
familia, el padre le dijo que no podía ir porque tenía mucho trabajo. La madre
y los niños les insistían para que les acompañara pero no lograron convencerle.
Así que al final cogieron el coche y se
marcharon.
Pasaron dos días y en
la soledad el padre pensó que el sentido de la vida es el amor aunque no seamos correspondidos. Por tal
motivo pidió sus vacaciones por adelantado para ir a darle una sorpresa a su
familia.
Con mucha ilusión cogió
el tren y luego un taxi que lo dejó cerca de la carretera que según se había
informado su familia pasaría por ahí a esa hora. Y ciertamente así fue, cuando
vio el coche comenzó a saltar y a levantar
los brazos.
_ ¡Ey familia aquí
estoy!_ gritó felizmente, pero la madre
no lo vio y siguió de largo.
El padre sin darse por
vencido comenzó a correr con las manos en alto detrás del coche hasta que uno de sus hijos lo vio y
emocionado gritó:
_ ¡Mamá ese es papá, es
papá!
La madre frenó
rápidamente y los niños salieron corriendo del coche con los brazos abiertos a
su encuentro, la madre como llevaba unos zapatos incómodos se los quitó y
también corrió a recibirle.
Los niños emocionados
le dijeron:
_ ¡Vámonos al río papá!
El padre echó a correr
y se tiró en un charco de barro preguntando entre risas:
_ ¿Este es el río?
_ No papá, el río está
al lado_ respondieron los niños lanzándose al charco de barro para estar con su padre y luego se metieron
en el río disfrutando todos juntos.
Horas después la madre
se le acercó a solas y le preguntó:
_ ¿Por qué has hecho
todo esto?
_ Porque no quiero que
mis hijos me recuerden como un padre gruñón, sino como padre divertido que los
ama_ contestó.
De modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Perdone como el Señor los perdonó ( Colosenses 3:13)