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viernes, 17 de febrero de 2017

LA MADRE QUE PERDIÓ A SU HIJA

La madre estaba caminando por el parque sumamente preocupada porque hacía unos minutos había perdido de vista a su niña.

Con infinita desesperación se acercaba a todas las personas que había a su alcance y, dándoles la descripción específica de la niña, les preguntaba si la habían visto.

Al parecer todo esfuerzo era inútil, nadie sabía nada sobre ninguna pequeña o gente parecida.
Tal vez porque se lo dictaba su instinto materno o quizás simplemente porque la empujaba la agonía y la impotencia, la madre, toda hecha un montón de lágrimas, subió  a la glorieta y empezó a dar vueltas entre los hierros como un molino antiguo.

La multitud de repente se detenía y la contemplaba de la misma manera que se contempla a una bestia enjaulada en un zoológico. A decir verdad, alguno intentó ayudarla pero vanamente.

Aquella señora parecía no oír ni entender nada, sólo se quedaba allí dando vueltas y suplicando al cielo por su hija. De repente, entre los vozarrones y los murmullos de la muchedumbre se coló una voz débil y tierna, una voz como salida de otro hemisferio, un hemisferio inocente e infantil, una voz que también parecía suplicar y llorar; esa voz se dirigió a la mujer diciendo:

_ ¡Mami, mi mami! ¡Aquí estoy!

Con pasos de felicidad la niña se acercó hasta el centro de la glorieta y abrazó a su madre con la efusión de que hace años que no la ve y la extraña. La madre a su vez parecía querer meter su alma en la suya y se aferraba a su hija con la misma pasión que un náufrago se aferra a su tabla de salvación.

_ ¿Mi hija, por qué me has hecho esto? ¿Dónde estabas, estás bien?

Era lo que le preguntaba entre lágrimas y pelo suelto. La niña parecía no entender, o quizás sólo era que no deseaba contestar. Lo cierto era que estaba absolutamente muda, pero había felicidad en sus ojos.  

Ya de camino, tomada de la mano por su madre, la pequeña rompió el silencio y dijo:

_ Sólo fui a la piscina a ver el reflejo del sol. Lo siento mamá, pero no tenías que preocuparte. Tú siempre me has dicho que yo estoy en tu corazón. ¡Jamás me perderás!
Autor: Pablo Reyes


Corrige a tu hijo, porque hay esperanza; no pongáis el corazón en darle muerte. (Proverbios 19:18)




lunes, 12 de mayo de 2014

LA REBELDÍA DE UN ADOLESCENTE


En una gran ciudad vivía una familia la cual estaba triste porque su hijo Fernando no les obedecía. Este adolescente nunca cooperaba en la casa y siempre gritaba a sus padres.

Sus amigos le tenían mucho miedo porque Fernando mostraba una actitud muy violenta tanto verbal como física, pero esto a él no le importaba, al contrario, le gustaba esta situación porque sentía que  tenía  todo bajo control.

Sus padres estaban muy preocupados y lloraban mucho porque no encontraban la manera de inculcarle la educación y los valores necesarios para que su hijo llegara a ser un hombre de bien en la sociedad. 

 Así que una mañana planearon una salida a las montañas y se lo comunicaron a Fernando el cual les dijo que si le preparaban la mochila con todo lo necesario iría con ellos. Y así lo hicieron sus padres.

Sin embargo, cuando iban de camino Fernando muy enojado daba patadas y puñetazos a los asientos delanteros del coche porque el viaje le estaba pareciendo muy largo y le gritaba al padre para que condujera más rápido.

......
......
La madre muy nerviosa le propuso que cuando llegaran a la montaña jugarían al escondite con la condición de que allí no se podía gritar. A Fernando le pareció algo absurdo e infantil, pero al final aceptó.

Pasaron las horas y cuando llegaron a las montañas Fernando comenzó a contar hasta diez y sus padres se escondieron rápidamente. Luego Fernando comenzó a buscarlos pero al ver que pasaban los minutos e incluso las horas y no podía encontrarlos se desesperó y comenzó a gritar todas las palabras mal sonantes que estaba acostumbrado a decir a sus padres, a los amigos, a los  profesores y a todo el mundo. Pero para su sorpresa, comenzó a notar que sus feas palabras rebotaban y llegaban a sus oídos repetidas veces.

_ ¡Qué horror!_ vociferó asustado al notar que sus palabras chocaban con las paredes de la montaña y regresaban a sus oídos con diferente intensidad.

_ ¡Aquí hay un eco!_ indicó, mientras que el eco nuevamente le devolvió en duplicado el sonido de su voz.
....... ......

Seguían pasando las horas y Fernando continuaba solo sin encontrar a sus padres y, en su caminar un mosquito le picó en una pierna y otra vez comenzó a decir palabras mal sonantes dando patadas y puñetazos al aire. Pero al escuchar que el eco con una gran violencia le devolvía el sonido de aquellas grotescas palabras se puso muy nervioso y se asustó mucho. Entonces en silencio comenzó a pensar que era la hora de intentar cambiar su manera de hablar y actuar porque hasta a él le estaba dando miedo su mala conducta.

Y como ya había llegado la noche regresó al lugar donde había dejado tirada su mochila para ver si encontraba algunas mantas para echarse a dormir. Cuando abrió su mochila se sorprendió al ver que sus padres no sólo le habían dejado mantas, sino también un bocadillo para que cenara.

Con el pan en sus manos comenzó a llorar desconsoladamente y, ahí estaba el eco haciéndole escuchar el dolor de su sufrimiento. Al día siguiente cuando se despertó la primera palabra que dijo con mucha tristeza  fue:

_ ¡Mamá te quiero! ¡Papá te quiero!  ¡Los echo mucho de menos!

El eco le devolvió las últimas sílabas con un sonido suave y agradable al oído.

La madre, que estaba escondida observándolo desde muy lejos con unos prismáticos detrás de una gran roca, al escuchar esas palabras se estremeció su corazón de tal manera que quiso salir corriendo con los brazos abiertos en busca de su hijo. Pero el padre que estaba a su lado le escribió en un papel:

_ ¡Espera, aún no es el tiempo!

Entonces Fernando por primera vez recogió su manta, la dobló muy bien y la guardó en su mochila. Y como no tenía a nadie con quien hablar le dio los buenos días al eco y sonrió al escuchar el sonido duplicado ya que nunca le había dado los buenos días a nadie. Luego comenzó a recoger frutas y desconsolado decía:

_  ¡Cuánto me gustaría compartir estas frutas con mis padres! ¡Los quiero, perdónenme!
Una vez más el eco duplicó estas palabras con sus más bellos sonidos.

Los padres al escuchar tan lindas palabras de arrepentimiento bajaron corriendo de las montañas con los brazos abiertos llamándole y éste al verlos corrió a su encuentro y los abrazó pidiéndoles perdón.

Los padres muy felices jugaron con los sonidos del eco enseñando a Fernando a nombrar las  más bellas palabras…

Autora: María Abreu

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará (Gálatas 6:7)



miércoles, 5 de marzo de 2014

El primer paso para alcanzar la grandeza



El niño Manuel, respondía a todas las preguntas que hacían los profesores en las diferentes materias y se alababa a sí mismo de ser el más inteligente de la clase.

Nunca perdía una discusión, el perdón lo veía como una debilidad y los conflictos debían solucionarse de la manera que él esperaba. 

No soportaba pasar desapercibido. Sus compañeros lo definían con ésta palabra: orgulloso.  Por eso decidieron ignorarlo totalmente.

Una tarde, todos disfrutaban jugando en el recreo mientras que Manuel se quedaba solo sentado en un rincón del patio del colegio. Un día se levantó e intentó convencer a un compañero para que fuera su amigo:

_ ¡Hola Juan! ¿Puedes venir a jugar conmigo? Mira, yo soy el más inteligente de la clase. Puedo enseñarte otros juegos más divertidos que los que estás acostumbrado a jugar.

Pero Juan  le ignoró de tal manera que ni siquiera le miró y se fue a jugar con los demás.

Más tarde cuando Manuel llegó a casa, su madre lo vio llorando solo en su habitación y se le acercó preguntándole:

_ ¿Qué te pasa hijo? ¿Por qué lloras?

Entre lágrimas Manuel comenzó a contarle todo lo que le estaba sucedido, su madre guardó silencio por unos segundos hasta que le dijo:

_ Pero no llores por eso. Ya verás como todos querrán ser tus amiguitos. Ahora mismo nos vamos de tiendas y te compraré ropa de marca y a la moda para que estés en la onda y ya verás cómo se acercarán todos admirándote.

Manuel al escuchar la solución de su madre lloró aún más.

Su padre, quien con mucho esfuerzo logró ser un alto y respetado ejecutivo, se acercó y le dijo:

_ Hijo, eso te pasa porque eres un niño muy orgulloso y hay que empezar a aprender a ser humilde. Estoy seguro que es por eso que tus compañeros no quieren ser tus amigos.

Entonces Manuel entre lágrimas levantó la cabeza y le preguntó:

_ ¿Y cómo lo hago?

Ser humilde a veces no es fácil; pero como sé que eres un niño listo, me gustaría que comenzaras  ayudando a un compañero a entender los temas, prestar útiles al que no tiene, dejarle las tareas de clases al que haya faltado…_ respondió el padre.

_ Pero yo nunca he hecho eso. Al contrario, siempre se lo he negado_ explicó Manuel.

_ Pues mañana será un buen día para que comiences a hacerlo_ susurró el padre mientras le daba un fuerte abrazo.

Al día siguiente Manuel intentó hacer todo lo que le había dicho su padre. Pero sólo Juan aceptó su ayuda. Los demás niños no creían en su cambio de actitud  porque fueron muchas las veces que se sintieron humillados y menospreciados por él. Así que Manuel seguía sólo y triste en el recreo hasta que Juan muy apenado se le acercó y le aconsejó:

_ Manuel si realmente quieres aprender a ser un niño humilde y dejar el orgullo a un lado, creo que deberías pedir perdón al grupo.

Manuel se lo pensó dos veces porque nunca había pedido perdón a nadie, era muy difícil para él. Pero minutos después se acercó al grupo y les pidió perdón a todos. Entonces sus compañeros lo abrazaron, lo perdonaron y jugaron felices en el recreo.

Minutos después cuando entraron al aula todos sus compañeros le hicieron un gran dibujo con muchos corazoncitos y un mensaje que decía:

La humildad es el primer paso para alcanzar la grandeza. 

A partir de entonces, Manuel escuchaba y valoraba las ideas de sus compañeros ganándose la amistad y el cariño de todos. Y aprendió a trabajar en grupo.

Autora: María Abreu

Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y alcanzarás el favor del señor. (Eclesiastés 3: 18)


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jueves, 27 de febrero de 2014

Ponle nombre a tu sueño



El día pintaba un paisaje maravilloso donde se podían observar pequeñas montañas verdes con diferentes árboles y plantas. Más abajo se veía un caballo marrón tumbado en la hierba cerca de una pequeña casa de madera. Ahí vivía el niño Miguelito con su padre, el cual se ganaba la vida trabajando la tierra. Una tarde llegó cansado, y entrando en la casa llamó a su hijo preguntándole:

_ Hijo mío, la vida es muy dura, por eso me gustaría saber qué quieres ser de mayor.

_ Dame unos minutos_ respondió Miguelito.


Se marchó a su habitación, sacó lápices de su humilde estuche y en una hoja de cuaderno hizo un dibujo, luego volvió al salón y se lo entregó al padre. 

_ ¡Muy bonito! ¡Sólo espero que sea un simple dibujo!

_ ¿Por qué dices eso padre? ¡Es lo que sueño ser cuando sea mayor!

_ Pero hijo, siempre hay que soñar con cosas que se puedan alcanzar. Vuelve a tu habitación y dibuja algo que esté dentro de nuestras posibilidades.

Miguelito tristemente volvió a su habitación e intentó hacer otros dibujos. Pero como tenía muy claro cuál era su sueño, agarró nuevamente su primer dibujo lo coloreó y le puso nombre: dentista.

 Minutos después regresó al salón  y se la entregó al padre. Éste muy molesto le dijo:

_Le has puesto un nombre y lo has coloreado, pero es el mismo dibujo. Sabes muy bien que vivimos de la agricultura y  con el dinerito que ganamos no nos alcanza para pagarte esa carrera.

Miguelito le miró tristemente y le respondió:

_ Todo lo que observas a tu alrededor es el fruto del sueño de alguien! No robes mi sueño por  miedo a no poder ayudarme.

Entonces el padre se levantó del asiento, tiró el dibujo al suelo y se marchó. Pero Miguelito nunca renunció a su sueño, ni se olvidó del ratoncito Pérez ya que le premiaba si se le caía un diente.

Pasaron los años y Miguelito por su esfuerzo obtuvo muy buenas notas y consiguió una beca para estudiar en la universidad. Por tal motivo se trasladó del pueblo a la ciudad. Después de un tiempo al terminar la carrera universitaria construyó su anhelada clínica dental logrando ser un reconocido y respetado dentista.

Se sentía un hombre feliz por haber alcanzado su sueño. Además disfrutaba cuando recibía la visita del ratoncito Pérez que traía pequeños cofres de colores para guardar en ellos los dientes de leche de los niños que iban a la clínica.

Pero como siempre, echaba de menos a su padre y una tarde le llamó para que fuera a la ciudad a visitarle, éste felizmente llegó, le abrazó y le dijo:

_ ¡Hijo, perdóname! Me has demostrado que con valor y esfuerzo se puede lograr cualquier sueño.

Autora: María Abreu

Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Santiago 2:17)


miércoles, 26 de febrero de 2014

El padre gruñón



Había una vez un padre de familia que era muy gruñón. Cuando ponía cara de enojado era como si fuera la señal de un relámpago que luego traería el sonido de los truenos.

Sí, el sonido de los truenos, porque usaba un tono de voz muy alto para corregir a sus hijos. Y  muchas veces caía la tormenta… los ponía de castigo.


Una tarde, cuando llegó el verano, la madre planeó unas vacaciones para ir a las montañas con toda la familia, el padre le dijo que no podía ir porque tenía mucho trabajo. La madre y los niños les insistían para que les acompañara pero no lograron convencerle. Así que al final cogieron el coche  y se marcharon.

Pasaron dos días y en la soledad el padre pensó que el sentido de la vida es el amor aunque no seamos correspondidos. Por tal motivo pidió sus vacaciones por adelantado para ir a darle una sorpresa a su familia.

Con mucha ilusión cogió el tren y luego un taxi que lo dejó cerca de la carretera que según se había informado su familia pasaría por ahí a esa hora. Y ciertamente así fue, cuando vio el coche  comenzó a saltar y a levantar los brazos.

_ ¡Ey familia aquí estoy!­_ gritó felizmente, pero la madre  no lo vio y siguió de largo.

El padre sin darse por vencido comenzó a correr con las manos en alto detrás del coche  hasta que uno de sus hijos lo vio y emocionado gritó:

_ ¡Mamá ese es papá, es papá!

La madre frenó rápidamente y los niños salieron corriendo del coche con los brazos abiertos a su encuentro, la madre como llevaba unos zapatos incómodos se los quitó y también corrió a recibirle.

Los niños emocionados le dijeron:

_ ¡Vámonos al río papá!

El padre echó a correr y se tiró en un charco de barro preguntando entre risas:

_ ¿Este es el río?

_ No papá, el río está al lado_ respondieron los niños lanzándose al charco de barro  para estar con su padre y luego se metieron en el río disfrutando todos juntos.

Horas después la madre se le acercó a solas y le preguntó:

_ ¿Por qué has hecho todo esto?

_ Porque no quiero que mis hijos me recuerden como un padre gruñón, sino como padre divertido que los ama_ contestó.



De modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Perdone como el Señor los perdonó ( Colosenses 3:13)


Autora: María Abreu



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