Cuentos clásicos

viernes, 27 de noviembre de 2015

Animales con necesidad de dormir


_ ¡Tenemos que terminar con esta situación! ¡Necesito dormir!_ rugió un tigre.

_ ¿Qué podemos hacer? _ preguntó un flamenco.

_ ¡No lo sé, pero esto tiene que terminar!_ pronunció una cebra con su pijama puesto.

_ La mejor solución es unirnos para terminar con este problema_ ideó una pantera.

Los animales nerviosos caminan de aquí para allá y de allá para acá intentando buscar una salida que les permitiera recuperar el sueño.

Más en medio de la situación  unas hienas no paraban de reírse.

 _ ¿Por qué se burlan? _ preguntó un jaguar.

_ ¡Es que todas las noches es lo mismo! ¡Aquí no hay quien duerma!_ respondieron las hienas entre risas.

Los animales muy intranquilos chillaban, rugían, berreaban y aullaban de los nervios.

_ ¡Llevamos mucho tiempo sin poder dormir!_ baló una cabra en medio de un lamento.

_ ¡Tranquilos, ya tengo la solución!_ dijo el tigre muy listo.

_ ¿Cuéntanos, cuéntanos?_ preguntaban los animales con mucha curiosidad.

_ ¡Pediremos ayuda a una lechuza!_ explicó el tigre.

El tigre contó el plan a los demás animales y luego se marchó en busca de la lechuza en medio de la oscura noche.

La encontró en el hueco de un gran árbol y le pidió ayuda. Ésta aceptó y caminaron juntos hacia la orilla del río y ahí encontraron el problema.

Allí un hipopótamo dormía produciendo grandes ronquidos lo que impedía que los demás animales pudieran conciliar el sueño.

_ ¡Uh uh!_ le cantó la lechuza al oído.

En ese instante el hipopótamo despertó y minutos después se volvió a dormir sin roncar.

Pero al poco tiempo se volvió a repetir la misma situación anterior, pero esta vez los ronquidos iban en aumento. Y la lechuza volvía de nuevo a susurrarle.

_ ¡Uh uh!

La lechuza pasó toda la noche en vela susurrando al hipopótamo siempre que comenzaba a roncar. Y, por eso, desde esa misma noche se convirtió en la guardiana de los sueños. ¡Ssss!  ¡Todos duermen!

Autora: María Abreu

En paz me acostaré y asimismo dormiré; porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado. (Salmos 4:8)





jueves, 5 de noviembre de 2015

El conejo y el otoño



Era una mañana de otoño, la brisa acariciaba los árboles como queriendo desprender las hojas de sus ramas, algunas de color amarillento y otras de color café pintadas por la estación.

Se escuchaba el crujir de las hojas secas bajo los pies del conejo Pablito que iba de camino a su madriguera.

El viento, otra vez el viento, soplaba con mayor fuerza despegando las hojas de los árboles que discretamente rozaban la piel del conejo Pablito hasta que finalmente caían al suelo.

Con olor a hojas secas, el conejo Pablito continuaba su camino dejando tras de sí la silueta de algunas hojas marcadas en el suelo. Olía a otoño.

Se podía seguir escuchando el crujir de las hojas secas tras los pasos de Pablito hasta que muy cerca de él pudo ver a una serpiente en el tronco de un viejo árbol. 

Por ese motivo Pablito cambió de dirección recordando que el miedo alertador es dueño de la seguridad. Eso le había enseñado siempre su madre.

Autora: María Abreu
El avisado ve el mal, y se esconde; mas los simples pasan, y reciben el daño. (Proverbios 22: 3)